26 nov 2012

PALESTINA 2012


Palestina 2012

La tarea del arte es por tanto o dar la réplica a estas imágenes o visibilizar su ausencia. El arte ha de ser la imagen que se obstina en aparecer en un intento desesperado por tocar lo real.









En http://1erescalon.com/room-art-fair/transitos-raf-2-2/

Lo democrático habla por nosotros queramos o no, nuestras imágenes, nuestros líderes también lo hacen estemos o no de acuerdo. En septiembre de 2001 Jacques Derrida recibió el premio Theodor Adorno, en su discurso aparece esta idea de manera clara: " mi incondicional compasión, dirigida a las víctimas del 11 de Septiembre, no me impide decir en voz alta: en relación a este crimen, no creo que nadie este libre de culpa" . Y no lo estamos, porque permitimos que nos represente una democracia que excluye a medio planeta en beneficio propio. Dejamos que se construyan guerras contra el terror y nos mostramos crédulos, practicamos la fe en la imagen y la comunicación y nos vemos incapaces de responder.

La representación de los conflictos bélicos es una asignatura pendiente en el arte actual, nuestra es la responsabilidad de hacer frente a las imágenes mediáticas de la guerra y sólo desde el arte se da el espacio autónomo de visibilidad necesaria para reescribir, describir y representar los excesos de lo democrático.
El espectador occidental, por su parte esta dispuesto a ver, a consumir el acontecimiento, pero el monopolio de la imagen bélica pertenece hasta el momento a los media. La guerra genera beneficios, por un lado como espectáculo lúdico y por otro a través de intereses que se nos ocultan. Los mass media muestran al otro y su guerra únicamente en superficie mientras que el arte ha demostrado poder ir más allá.
Slavoj Žižek plantea la distinción entre tres categorías de violencia. La violencia subjetiva es aquella que obtiene mayor visibilidad en los medios, dada su capacidad para señalar al sujeto otro, aquel que no se atiene al dogma democrático. La violencia simbólica (contenida en el lenguaje y sus formas) y la violencia sistémica (fruto del funcionamiento económico y político), alcanzan siempre menor visibilidad a pesar de ser las causas primeras de la violencia subjetiva.
Esta coartada de lo democrático, que a través de la violencia subjetiva distrae la atención de otras formas de violencia, construye el posicionamiento victimista del propio estado.
Una paradoja que deja al descubierto la perversión de un credo que genera otros, bajo explicaciones esencialistas, culturales o religiosas, pero nunca políticas o económicas. Por otra parte cabría preguntarse si esta dicotomía entre el sistema y el otro se da realmente, fuera de la representación mediática, si ese otro es verdaderamente tan fundamentalista, si posee legitima convicción o si efectivamente está fuera del sistema. Esta lógica perversa que se esconde bajo la teoría de un choque de civilizaciones consigue obsesionar a la opinión pública con lo árabe y lo musulmán.
Un señuelo simplista que oculta, por ejemplo, la historia de un territorio, Palestina, que tras el Mandato Británico (1917 a 1948) se divide para forjar el estado de Israel, bajo resolución de la ONU. Es así como comienzan las hostilidades y las sucesivas guerras árabe-israelíes, la Franja de Gaza pasa a ser primero propiedad de Egipto y luego es invadida por Israel que habrá de retirarse tras los acuerdos de Oslo (1994) y ceder el territorio a la Autoridad Nacional Palestina. Sin embargo Israel continua realizando incursiones militares en Gaza lo que provoca innumerables conflictos armados, hasta que tiene lugar el Plan de desconexión (2005). Con él Israel ejerce un control sobre las fronteras, el espacio aéreo y marítimo, el registro civil, el suministro de energía y la construcción de infraestructuras. Con la llegada al poder, en 2006, del Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS), Estados Unidos, La Unión Europea, Rusia y la ONU congelan las ayudas a Gaza, entendiendo que HAMAS es una organización terrorista. En este momento Israel decide bloquear la Franja, y en 2007 tras el definitivo triunfo de HAMAS sobre Al Fatah, declara a Gaza territorio hostil. Desde entonces hasta ahora las cosas han cambiado más bien poco, los brotes de violencia continúan entre ambas partes y occidente mientras mira hacia otro lado.
Desde los media, la imagen de Israel se nos presenta como excesos puntuales, imágenes efímeras de los errores de un país democrático, mientras que los otros, los ciudadanos de Gaza son musulmanes fanáticos, imágenes sólidamente construidas y estigmatizadas de forma permanente.
Esto es así, debido a que lo democrático posee la hegemonía del sufrimiento. Si seguimos con atención los informativos podemos descubrir incluso la escala de valor de las víctimas; la situación de la mujer musulmana, los familiares de una víctima de atentado terrorista, la muerte de un niño en Gaza, o más la de un niño en Israel, o mucho más la de un niño en EEUU, acaparan los titulares de prensa y televisión, mientras que las catástrofes humanitarias del Congo o Darfur apenas aparecen.
La tarea del arte es por tanto o dar la réplica a estas imágenes o visibilizar su ausencia. El arte ha de ser la imagen que se obstina en aparecer en un intento desesperado por tocar lo real. La producción de esas imágenes pese a todo , imágenes arrebatas al infierno de la barbarie democrática, - valga de ejemplo la famosa retransmisión de la muerte de Mohamed Al-Durra , o las imágenes de niños tirando piedras a los tanques Merkava Israelíes - cortocircuita el discurso oficial y despierta, al menos durante un segundo, la conciencia del espectador. Dejando al margen que toda imagen es una construcción y sin entrar a valorar el nivel de autenticidad de esta secuencia, la escena del niño Al-Durra plantea algo singular. Mientras padre e hijo tratan de protegerse de los disparos, supuestamente del ejército israelí, podemos ver en el cuarto frame, como el padre dirige su mirada hacia la cámara, -nosotros- con un gesto de autentica desesperación. Esta imagen nos remite a dos míticas escenas de dos maestros del cine, por un lado recuerda a Alex, el protagonista de La naranja mecánica (Reino Unido, 1971) de Stanley Kubrick, por otro recuerda al personaje de Funny Games (Austria, 1997), film de Michael Haneke. No es casualidad que ambas cintas estén dedicadas a analizar el fenómeno de la violencia, el sentido de mirar a cámara no es otro que el hacer cómplice al espectador de esta violencia y tratar de hacer visible que, de la violencia él es también responsable. Así el padre del niño Al-Durra parece estar preguntándonos, como hace el protagonista de Funny Games, ¿Queréis que sigamos?
 
Extracto de "El artista ante el dolor de los demás"

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